Con buen criterio algunos críticos argumentarán, que la presente cinta, es un más que manido trabajo hiperbólico sobre la venganza, y que en él se combinan diversos subgéneros. Hasta cierto punto esto es cierto. Todo apunta a que el director pretende mezclar diversos estilos y elementos un tanto heterogéneos con la pretensión de renovar la escritura visual (de lo psicodélico al cine de serie Z cargado de crudeza orgánica, pasando por la visión apocalíptica y visionaria del heavy metal). No hemos de olvidar que la cinta se fragmenta claramente en dos mitades: la que se sugiere como truculencia mental, caracterizada no tanto por el psicologismo, sino por una atmósfera que se desenvuelve entre la vigilia y el sueño, y una segunda que convierte los delirios en una explosión física.
2018: Festival de Sitges: Mejor director