Forzosamente se necesitan dos visionados, para comprender, en su totalidad un trabajo nada fácil.
Sin interrupción y con fascinante fluidez la cinta transita por lo veraz, lo fantaseado, lo invocado (evocado). Un film perforado por la memoria y la rememoración.
La estructura narrativa, además, no resulta en absoluto sencilla: Una primera parte impregnada y bañada por espacios y firmamentos escenográficos cuya visualidad es tan poderosa (y personal), que nos recuerda al cine de Wong Kar-wai (la utilización de los colores intensamente contrastados, las afligidas atmósferas, los largos y serpenteantes planos secuencia que van descubriéndonos espacios y recovecos mediante acompasados y duraderos movimientos) y a las tonalidades representativas de la pintura de Chagall, y en lo exclusivamente dramático y literario a Patrick Modiano (la memoria como configuradora de imágenes y como articuladora de lo no franqueable).
Una segunda parte caracterizada por un largo plano secuencia, de una hora. En esta nos adentramos con total plenitud en el acuoso territorio tenue y vaporoso y sutil de los recuerdos. La interinidad y la eventualidad se desdibuja, se esfuma (se mezcla la profundidad de la representación con la continuidad temporal).