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Fue Pitágoras quien nos hablo de la trasmigración del alma. Esta podía adoptar bien forma humana, animal, vegetal, mineral. Este pensamiento filosófico fluye dentro de esta especie de extraño experimento que nos permite en lo posible, de una manera austera, al tiempo trascendente, dilucidar una conexión cósmica entre todas las cosas, la vida como un ciclo, la tierra en su bojeo.
A vueltas de nuevo con la sublimación de la realidad que en ocasiones se no escapa; una vida incontrolable, que finalmente tenemos que acotar, pese a los azares que preñan en este caso el documento, y por donde puede filtrarse la narración, gracias al artificio que no ocultan los métodos de la ficción; en plena conjunción, siempre, con la capacidad de observación (contemplación) de la naturaleza, que manifiesta, en ocasiones, de forma austera, ciertas cualidades pictóricas que adquieren las imágenes desnudas, en ausencia de la palabra, que se compone de ritos, adheridos a una significación que adquieren los sonidos, sin desdeñar esa sucesión de acontecimientos, que solo pueden ocurrir sin son registrados por una cámara –esos planos fijos sostenidos en el tiempo, filmados en ocasiones en la lejanía- y que no admiten subrayados.