Tournée de Mathieu Amalric

Hasta  qué  punto  el  actor  es  el  motor, la  intensidad  emocional  dentro  de  la  escena  que  viene a dilatarse en el tiempo, su gesto, el movimiento, por su puesto la voz (la palabra) que expresa a un tiempo el ruido pero también la furia, la inestabilidad que trae lo frágil cuando  la  pasión  se  disfraza  de  culpa  y  se  adentra  en  la  frustración.  Resonancias sin  duda  si  rastreamos  la  filmografía  de  Cassavetes,  libérrima  en  las  formas  como  en  la  tragedia,  quien  mejor  que  este  supo  lograr  en  su  cine  lo  epidérmico  del  sentimiento  humano.

Estas  virtudes  parecen  infiltrarse  en  la  propuesta  de  Amalric  donde  prima  el  plano  secuencia ilimitado, la filmación poética de algunos de los números del espectáculo, pero también  el  tono  inmediato  y  desnudo  del  documental  -un  productor  parisino  que  abandona  todo  y  se  marcha  a  Estados  Unidos  para  iniciar  nueva  vida,  tiempo  después  regresa  a  Francia  acompañado  de  una  troupe  de  strippers  como  productor  de  un  espectáculo de Burlesque-, aunque sí es cierto por otra parte que la trama asume ciertos territorios reconocibles –por no decir reconocidos o ya transitados- sobre un tipo de cine crepuscular, el de un perdedor que sobrevive, lo que ocurre que el realizador francés es capaz  de  dotar  la  cinta  de  intensidad  rondando  la  asfixia  producto  de  una  situación  siempre   límite   en   la   que   se   encuentra   el   protagonista,   impulsivo,   dominante,   contradictorio, al mismo tiempo dominado, obsesivo pero tenaz.  

Cannes 2010. Mejor dirección.